Don Manuel del Pino es profesor de Filosofía en el IES Maimónides de Córdoba y autor de diversos artículos y ensayos. Como narrador, ha escrito tanto novela (Olivas negras, La clave Goya) como numerosos relatos (Las aventuras de Víctor Lince). Actualmente, colabora con asiduidad con la revista digital Buenanueva para la que escribe cuentos protagonizados por sor Consuelo, una simpática monjita experta en resolver misterios, y con el diario digital el pulso. es, donde publica relatos en los que la agente Carla Ruiz, uno de los personajes relevantes de Olivas negras, pone de manifiesto, entre otras cualidades, sus dotes detectivescas.
-Es usted licenciado en Filosofía. ¿Tenía claro desde pequeño que quería realizar dichos estudios y dedicarse a la enseñanza o lo decidió con el tiempo?
Bueno, de niño yo no sabía aún lo que era la Filosofía, aunque supongo que ya entonces era un niño pensativo. Me gustaban, sobre todo, los tebeos y los juegos de puzles. Después, a los 14 años, mis aficiones eran dibujar y escribir. A los 16, prefería la Literatura y, a los 18, elegí estudiar Filosofía porque me fascinaban los Filósofos y sus teorías, no solo en el instituto, sino en libros que sacaba de la biblioteca. Y la enseñanza era la salida natural y casi exclusiva para un estudiante de Filosofía.
-¿Cuántos años estuvo usted en el IES Antonio Mª Calero?
Manuel del Pino con un ejemplar de su novela Olivas negras |
Pasé allí nueve años, una larga etapa, desde 1998 hasta 2007.
-¿Cómo valoraría su estancia en el IES Antonio María Calero? ¿Le gustaría volver?
En nueve cursos pasan muchas cosas, unas, buenas y, algunas, regulares. Al final, lo que queda es un balance, y mi balance en el IES Antonio María Calero es positivo porque ahora recuerdo esa etapa con cariño y nostalgia.
Sobre si me gustaría volver, es difícil que la vida regrese hacia atrás y, además, no sabemos lo que pasaría en ese caso. Pero sí que me gustaría, por los amigos entrañables que allí siguen y aquel bello paisaje austero con el que me identifico.
-¿Sigue manteniendo contacto con profesores/as o alumnos/as de nuestro centro? Si es así, ¿podría decirnos con quiénes?
Sí mantengo contacto con compañeros de entonces, con profesores del IES Antonio María Calero, sobre todo, con Rosa Galeano, Álvaro González y Francisco Onieva, además de varios amigos en otros centros.
-Además de dedicarse a la enseñanza, también escribe. ¿Cuándo empezó a escribir ensayo? ¿Por qué?
Empecé a escribir artículos culturales para dos pequeños periódicos en 1996, el año que comencé a trabajar de profesor en Jaén. De ahí surgió un primer libro, España cultural, que publicó luego el Ayuntamiento de Pozoblanco en 1999, en la colección “Cuadernos del Gallo”.
El siguiente paso fue un par de ensayos filosóficos, pero con estilo de aforismos literarios, algo así como una mezcla entre Nietzsche y Antonio Machado, salvando las distancias. Ahora lo veo como una propuesta bastante peculiar, teniendo en cuenta nuestra tradición, pero entonces fue lo que se me ocurrió y sentí con intensidad.
-¿Por qué género se decantaría usted, por la novela o por el relato corto? ¿Por qué?
Ser escritor en nuestra época significa escribir novelas, así que dar algunos pasos para profesionalizarse implica publicar varias novelas. Pero vender una novela es difícil, algo así como conducir un pesado tanque, precisamente porque hay demasiados escritores y novelistas en un país con pocos lectores.
Me gusta escribir, sobre todo, relatos cortos porque es algo más ligero, que puede llegar y entretener a alguna gente, sobre todo, ahora en Internet. Para mí sería un honor poder considerarme un aprendiz de historietista, de aquellos humildes, pero interesantes, autores de tebeos, que ayudaron a hacer feliz mi infancia y la de otros muchos niños, pues al final eso es lo importante en la vida.
-Algunos de los personajes de ficción creados por usted, tales como Carla Ruiz, el inspector Leiva, Víctor Lince o sor Consuelo, aparecen como protagonistas en varias historias. De todos ellos, ¿a cuál prefiere? ¿Por qué?
Portada de su novela La clave Goya |
-¿Ha recibido usted algún premio literario? ¿Qué sintió cuando se lo otorgaron?
El segundo ensayo que escribí, La sonrisa de la esfinge, fue XIV Premio de Ensayo Becerro de Bengoa en la Diputación de Álava en 2002. Los dos días que pasé en Vitoria ese diciembre fueron únicos para mí. Lo que sentí, como dije en el pequeño acto donde también se entregaron premios de poesía y de relato, fue que se me abría una puerta para seguir adelante con mi escritura.
-Si tuviera que decantarse por la enseñanza o por la escritura profesional, ¿por cuál lo haría? ¿Por qué?
No creo que se me llegue a plantear semejante dilema de verdad, tal como están todas las circunstancias. Pero en ese caso, supongo que tendría que lanzarme a aquel mar incierto, aun sabiendo que ningún puerto nos espera, porque todo aficionado a algún arte aspira, como salida natural, a profesionalizarse. Pero, siendo realistas, esa idea es solo un horizonte que la mayoría de las personas no va a alcanzar, quizá para bien, de igual modo que el 99% de quienes practican un deporte no irán a las olimpiadas, ni falta que les hace, en el fondo, pues la carrera de la mayoría de los deportistas profesionales luego resulta corta, accidentada y frustrante. Para mí, la mayor satisfacción es leer o escribir un rato agradable en casa, igual que de niño leía tebeos y lo pasaba fenomenal. Y cuando lo pienso, me doy cuenta de que el mayor y extraño privilegio en mi vida es poder hablar a chavales, cualquier día corriente de noviembre, enero o marzo, de grandes autores como Platón, Descartes o Kant, entre otros muchos.
-¿Podría contarnos alguna anécdota curiosa que le haya ocurrido durante el ejercicio de su profesión?
Es curioso, pero anécdotas como “escritor” recuerdo pocas, mientras que como profesor hay muchas, igual que cualquier otro maestro. Me quedaré con una. Hace un par de años, dos alumnos se pelearon en el aula, donde se lio una buena. Al final, el más débil de ellos salió al pasillo. Fui tras él y lo encontré desconsolado sentado en un banco. Me contó llorando que atravesaba muchas desgracias familiares y personales y que, aunque le rogaba salida a Dios, no acababa de ver su luz. Para mí fue una sorpresa, porque era un chico callado, de apariencia normal, y no me esperaba ese drama por el que atravesaba, quizá como más alumnos y personas de los que creemos a nuestro alrededor. Yo lo consolé con palabras lo mejor que se me ocurrió. No volví a verlo en los cursos siguientes, quizá porque ya terminó esos estudios. Pero quiero creer que mis humildes palabras le ayudaron a encontrar esa pequeña luz que tanto ansiaba y necesitaba.
Francisco Sánchez Bejarano
No hay comentarios:
Publicar un comentario