A la generación actual se la llama la generación perdida, la de los botellones,
la de echar por la borda el futuro. Lo
siento, pero discrepamos. Esta es una generación comprometida con el cambio,
que lucha por los mayores, por la educación, por la cultura y un por un avance
que conseguiremos estando comprometidos con la lucha.
Cada vez
hay un aumento más latente de la solidaridad en la juventud, puede ser por la
influencia de la crisis económica que vivimos la década pasada, puede ser
porque cada día somos más conscientes de las necesidades que tendremos, las que
azotan a nuestros hogares y las que no queremos vivir.
En consecuencia de esto, lo que realmente
destacamos es cómo los jóvenes salen a la calle a pelear, cómo inundan poco a
poco ONGs y asociaciones para ayudar a los que lo necesitan.
Jóvenes que han perdido tres horas de su sábado
para visitar a ancianos que lo necesitan, jóvenes que han pasado la mañana de
su domingo repartiendo alimentos o jóvenes que se han manifestado para que la
educación y la cultura tengan el puesto merecido en esta sociedad, el más alto.
Estas nuevas generaciones dan un nuevo valor a
la vida, más tolerante. Tolerancia a otras orientaciones sexuales, de identidad
de género, raza, ideología o religión, porque nada separa más al ser humano que
el odio. Han roto con los cánones impuestos por la sociedad y abogan por la
libertad.
Le han dado cabida al debate de la eutanasia, del aborto, del ecologismo o al feminista, dándoles a estos dos últimos movimientos
un hueco mayor dentro de la opinión del panorama nacional e internacional.
Pensamos que hay mayor conciencia al mirar a
nuestro vecino, porque aquí hemos visto cómo los que estaban arriba caían, y
los de abajo los han ayudado. Hemos visto colas para conseguir un cartón de
leche y a ancianos siendo desahuciados. Hemos visto a jóvenes caer en las
garras del alcohol, la calle, la droga y el juego por no haber tenido acceso a
un libro, a ir al teatro o a ver una película.
El compromiso social ha estado minusvalorado
siempre porque creíamos que la miseria del de enfrente se curaba poniendo un
euro en el vaso del mendigo de la puerta del supermercado. Y no, la ayuda va
mucho más allá de eso, hay que escuchar y dar la mano. La ayuda por minúscula que
sea nunca es insuficiente, ayuda son los 20 céntimos que se dan y ayuda es el
abrazo en el momento que más se necesita. Ayuda es empatía, cariño y corazón. Somos
la ayuda, la cura y la enfermedad de la sociedad.
Ana Fernández García (2º BA)
Ana Fernández García (2º BA)
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